For Catholics, the new Liturgical Year commences with the first Sunday of Advent. In this new Liturgical Year, the Church not only wishes to indicate the beginning of a period, but the beginning of a renewed commitment to the faith by all those who follow Christ, the Lord. This time of prayer and path of penance that is so powerful, rich and intense, endeavors to give us a renewed impetus to truly welcome the message of the One who was incarnated for us. In fact, the entire Liturgy of the Advent season, will spur us to an awakening in our Christian life and will put us in a ‘vigilant’ disposition, to wait for Our Lord Jesus who is coming:
Awaken! Remember that God comes! Not yesterday, not tomorrow, but today, now! The one true God, “the God of Abraham, Isaac and Jacob,” is not a God who is there in Heaven, unconcerned with us and our history, but he is the-God-who-comes.’1
The Season of Advent is therefore a season of vigilant waiting, that prepares us to welcome the mystery of the Word Incarnate, who will give the ‘Light’ to the womb of the Virgin Mary, but essentially this time prepares us not only to welcome this great event but to incarnate it in our lives. We could say that the true light enters the world through the immaculate womb of Mary but it does not stay there. On the contrary, this light flows out into our dark, obscure, sinful lives to illuminate them, so that we can become the light that illuminates the world. For this reason, let us live this time of waiting not only to celebrate a historical memory but to repeat this memory in our lives and in the service of others. To wait for the Lord who comes, means to wait and to watch so that the Word of Love enters inside us and focuses us every day of our lives.
As Saint John Henry Newman reminded us in a homily for the Advent Season: “Advent is a time of waiting, it is a time of joy because the coming of Christ is not only a gift of grace and salvation but it is also a time of commitment because it motivates us to live the present as a time of responsibility and vigilance. This ‘vigilance’ means the necessity, the urgency of an industrious, living ‘wait’. To make all this happen, then we need to wake up, as we are warned by the apostle to the Gentiles, in today’s reading to the Romans: ‘Besides this you know what hour it is, how it is full time now for you to wake from sleep. For salvation is nearer to us now than when we first believed” (Rm 13:11).
We must start our journey to ascend to the mountain of the Lord, to be illuminated by His Words of peace and to allow Him to indicate the path to tread (cf. Is 2:1-5). Moreover, we must change our conduct abandoning the works of darkness and put on the ‘armor of light’ and so seek only to do God’s work and to abandon the deeds of the flesh (cf. Rm 13:12-14). Jesus, through the story in the parable, outlines the Christian life style that must not be distracted and indifferent but must be vigilant and recognize even the smallest sign of the Lord’s coming because we don’t know the hour in which He will arrive (cf. Mt 24:39-44).
Pope Benedict XVI, Celebration of First Vespers of Advent, Vatican Basilica, December 2006
—Excerpted from the website of Congregation for the Clergy and CatholicCulture.org
Para los católicos, el nuevo Año Litúrgico comienza con el primer Domingo de Adviento. En este nuevo Año Litúrgico, la Iglesia no sólo quiere indicar el inicio de un período, sino el inicio de un renovado compromiso en la fe por parte de todos los que siguen a Cristo, el Señor. Este tiempo de oración y camino de penitencia, tan fuerte, rico e intenso, pretende darnos un impulso renovado para acoger verdaderamente el mensaje de Aquel que se encarnó por nosotros. De hecho, toda la Liturgia del tiempo de Adviento nos impulsará a un despertar en nuestra vida cristiana y nos pondrá en una disposición “vigilante”, para esperar a Nuestro Señor Jesús que viene:
¡Despertad! ¡Acordaos que Dios viene! ¡No ayer, no mañana, sino hoy, ahora! El único Dios verdadero, «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», no es un Dios que está en el cielo, despreocupado de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios que viene. 1
El tiempo de Adviento es, por tanto, un tiempo de espera vigilante, que nos prepara para acoger el misterio del Verbo encarnado, que dará la «Luz» al seno de la Virgen María, pero, en esencia, este tiempo nos prepara no sólo para acoger este gran acontecimiento, sino para encarnarlo en nuestra vida. Podríamos decir que la luz verdadera entra en el mundo a través del seno inmaculado de María, pero no se queda allí. Al contrario, esta luz fluye hacia nuestra vida oscura, oscura, pecadora, para iluminarla, para que podamos convertirnos en luz que ilumine el mundo. Por eso, vivamos este tiempo de espera no sólo para celebrar una memoria histórica, sino para repetir esta memoria en nuestra vida y en el servicio a los demás. Esperar al Señor que viene significa esperar y velar para que la Palabra de Amor entre en nosotros y nos oriente cada día de nuestra vida.
Como nos recordaba san John Henry Newman en una homilía para el tiempo de Adviento: “El Adviento es tiempo de espera, es tiempo de alegría porque la venida de Cristo no es sólo un don de gracia y salvación sino también un tiempo de compromiso porque nos motiva a vivir el presente como tiempo de responsabilidad y de vigilancia. Esta “vigilancia” significa la necesidad, la urgencia de una “espera” trabajadora, viva. Para que todo esto suceda, necesitamos despertar, como nos advierte el apóstol de los gentiles, en la lectura de hoy a los Romanos: “Además, ya sabéis qué hora es, que ya es hora de levantaros del sueño, porque la salvación está más cerca de nosotros que cuando creímos” (Rm 13,11).
Debemos emprender nuestro camino para ascender al monte del Señor, para ser iluminados por sus palabras de paz y dejar que Él nos indique el camino a seguir (cf. Is 2,1-5). Además, debemos cambiar nuestra conducta abandonando las obras de las tinieblas y revistiéndonos de las “armaduras de la luz” y así buscar sólo hacer la obra de Dios y abandonar las obras de la carne (cf. Rm 13,12-14). Jesús, a través del relato de la parábola, describe el estilo de vida cristiana que no debe ser distraído e indiferente, sino que debe estar vigilante y reconocer incluso el más pequeño signo de la venida del Señor porque no sabemos la hora en la que llegará (cf. Mt 24,39-44).
Papa Benedicto XVI, Celebración de las Primeras Vísperas de Adviento, Basílica Vaticana, diciembre de 2006
—Extraído del sitio web de la Congregación para el Clero y CatholicCulture.org